... Lo de la cena de Jesucristo Mancisidor había sido, sin más, descacharrante, sólo alguien perfectamente insano podía no haberse reído cuando Gabriel Molinero habló de aquella gran cagada, entre otras muchas, de Bob Dylan, autor de bonitas canciones maravillosamente mal cantadas. De haber sido ya diagnosticado entonces, Gerardo Ruiloba hubiera reído igual...
Puente largo en Praga.
JL Moreno Ruiz
Huerga y Fierro Editores 2017
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Bob Dylan 2015
(Sin autoría)
Quiero escribir sobre Bob Dylan, pero he de reconocer que la magnitud del artista me impone un respeto especial. Personaje inmenso, esquivo, confuso y contradictorio, a la vez que caleidoscópico en 360 grados. ¿Detrás de qué cristal hay que situarse para observarlo? ¿Cuál es el ángulo para encarar la observación de tanto talento? La conversión a la fe religiosa, sus días encerrado en The Big Pink junto a sus secuaces de The Band, las lágrimas descarnadas de Blood On The Tracks, su aportación clave con la trilogía mercurial para que el rock americano iniciase la marcha bípeda, la invención de la NET, never ending tour, que parece la excusa perfecta para justificar su gran expresión No direction home o quizás lo que quiere de verdad es morir en un escenario, el melómano empedernido que busca y rebusca en lo más polvoriento del cancionero tradicional americano, el laureado premio Nobel entre otros destacados galardones...
Xpress Newspapers
Getty 1965
Pero, tal vez sus días en el Greenwich Village de Nueva York a principios de los 60 sea lo que más me atrae de Dylan. Aquellos años en los que la contracultura y la bohemia se identificaba con sus textos hasta el punto de encumbrarlo como líder de la contestación juvenil al sistema. Hacía poco que había llegado desde su Minneapolis natal y parecía que aquel ambiente le sentaba como anillo al dedo. Tenía publicado su primer disco en una línea claramente folk con influencias directas de los beats, Woody Guthrie, Leadbelly y los bluesmen del sur, donde prácticamente todos los temas eran interpretaciones de clásicos del estilo. Bob se ganó una importante reputación actuando en los bares del Greenwich Village, ante un público joven y culto que lo reconocía como un alumno bien aventajado de aquella oleada de neo-folk.
The Freeweelin´ Bob Dylan
Mercury 1963
Pero el joven Bob empezó a escribir de manera compulsiva y dejó en su segundo disco Freeweelin’, algunos clásicos grabados para la historia, temas propios que marcaban los patrones de su identidad. Realmente hizo que aquellos que lo señalaban como un líder generacional se reafirmasen en su convicción, pues canciones como Blowin' In The Wind, A Hard Rain Is Gonna Fall o Masters of War muestran el pensamiento que muchos de esos miles de jóvenes tenían en la cabeza, Dylan les enviaba un mensaje conducido a través de una innegable calidad literaria y una básica estructura musical de voz, guitarra y armónica. Pero aquel chaval de poco más de veinte años con estilo vocal áspero, no solo se dedicó en Freewheelin’ a escribir sobre los derechos civiles y los bajos instintos de los poderosos. Parece como si el joven Bob, ya en aquel momento pretendiera ser el que siempre ha sido, un tipo que expresa a través de sus canciones aquello que le preocupa, ya sea de interés colectivo, para un estrato generacional o directamente arrancado desde su más estricta intimidad, un tipo que va a lo suyo, sin más pretensión que la de escribir sobre lo que necesita expresar. Tal vez aquellos que lo elevaron poco más que a guía espiritual y que luego lo trataron de traidor y vendido, no quisieron ver que Freewheelin’ no sólo era un cancionero de himnos contestatarios y aquí llegamos a lo que en mi opinión tiene gran interés; creo que Dylan ya estaba dando pistas de lo que acabaría haciendo toda su vida: escribir sobre lo que le place. En ese disco, ya histórico, hay una delicia llamada: Don't Think Twice It's All Right, convertida por derecho propio en un clásico. Una bella historia de desamor, de pérdida de lo que fue o de reflejo de lo que supone el paso del tiempo. El texto cuenta en primera persona un mensaje dirigido a la pareja del narrador; ya en ese momento aparecen frases como: Eres la razón por la cual sigo mi viaje, o De nada sirve que enciendas tu luz, estoy en el lado oscuro del camino. ¿El vagabundo eterno, No Direction Home, la NET? Quién sabe tratándose de Bob Dylan. El caso es que Don't Think Twice es en lo musical una muy buena composición, armónicamente inusual para un chico tan joven y con una melodía construida en buena parte con la fórmula pregunta-respuesta. Como todo clásico que se precie, ha sido mil veces versionada, pero me gustaría destacar en este Foro Lunar las siguientes visiones del tema.
Creo que se hace imprescindible empezar con la versión original, la que se grabó en 1962 para el disco The Freewheelin’ Bob Dylan, nombre completo del álbum, y que salió a la venta en 1963. El cantautor solo, con su guitarra y pequeñas pinceladas de armónica. Queda claro que su contribución como armonicista no seria para nada destacable, parece más una aportación para añadir un poco de color musical que otra cosa. Cantada con convicción y honestidad, la voz de Dylan, aunque joven, resulta más que reconocible en su estilo rugoso y con esa vocalización en la que parece que algunas palabras, más que cantarlas, las empuja desde dentro. Muy destacable el trabajo de guitarra en técnica de fingerpicking, bien trabajado y efectivo; merece la pena volver a recordar que en el momento de la grabación, Bob Dylan no era más que un muchacho de 21 años. No es difícil encontrar vídeos en directo de la interpretación del tema en su época, tal y como lo grabó en el estudio: Guitarra, armónica y voz, pero creo interesante escuchar lo que el público del momento percibió desde el vinilo donde aparecía Don’t Think Twice.
Camille O'Sullivan. Artista polifacética también se atreve con el clásico de Dylan. El arpegio de guitarra inicial, tocado de manera limpia y académica, sobre el que la voz de Camile se desliza casi en susurros, poco a poco acabará convirtiéndose en la base de lo que vendrá después, la intensidad de una banda que suena a algo así como el dixieland callejero, engrasada y vigorosa, que aporta a la cantante el groove necesario para mostrarnos su faceta más intensa, cantando los versos que escribió el viejo Bob con más despecho que resignación, como aquella mujer que se larga diciendo a gritos: que me da igual, ahí te quedas. El registro de voz interpretado con la cadencia y la mala leche necesarias para recordarnos al formato cabaret.
James Taylor. Sutileza y elegancia, marca de la casa. La introducción es ya en sí misma una declaración de principios. James Taylor reconoce a Dylan como una de sus mayores influencias. Cantada con delicadeza, en este caso parece que el intérprete narra que se marcha a su pesar, porque no le queda más remedio que hacerlo. Con una ejecución instrumental para paladares selectos. Taylor siempre ha sido un magnífico guitarrista acústico, que va bastante más allá de los patrones habituales del cantautor folk de manual. Secundado de manera exquisita por armónica, piano, contrabajo y mandolina tocada con slide. Deliciosa.
Eric Clapton ha dejado muestras evidentes de muy buenas interpretaciones de Don’t Think Twice, por ejemplo, en el triple disco del 30 aniversario de la carrera de Dylan, donde grandes figuras del rock contribuyen ejecutando sus temas. Allí mismo encontramos a Clapton llevándose el clásico a su terreno, esa zona que va del blues al rock académico, que domina y donde se siente cómodo. Secundado por una banda de lujo, las modulaciones vocales empujan la canción hacia un territorio más negro. Los pequeños cambios en la armonía y el ritmo ternario, aparte de los solos de la stratocaster claptoniana, le dan un carácter personal y elegante a la pieza. Pero propongo otra posibilidad. En el festival Crossroads 1999, Clapton, desde el escenario, se acerca al micro y presenta al invitado que le ayudará esa noche con Don’t Think Twice. El tipo en cuestión resulta ser el mismo Dylan, que aparece en escena con un semblante de pocos amigos. Saluda con un gesto y arranca el tema. La cosa va por un terreno cercano al country-rock que los músicos parecen estar disfrutando. Bob canta y Eric se atrasa un poco, ambos, guitarra en ristre. Pero lo mejor llega a la hora del solo; Clapton sabe que es su momento y se esmera en ello, pero a los pocos compases se da cuenta que a Dylan se la ha ocurrido que él también va a hacer su solo, justo en ese preciso momento y además de una manera bastante tosca, con lo cual el brillante solo claptoniano queda tapado por, digamos… unas notas dylanianas. Al terminar Bob mira a su compañero y le hace un gesto en el que parece decir: ¿Lo has visto? Pues eso.
Y para terminar este artículo lunar, me he guardado a conciencia esta revisión del tema que nos deja Susan Tedeschi. Reconozco mi debilidad por esta magnífica cantante y guitarrista que se ha hecho suyo, como nadie, el clásico de Dylan. De todas las que le he escuchado, ésta, en formato acústico me parece la más brillante. Pertenece a una sesión con una versión resumida de la Tedeschi Trucks Band, pero en este tema Derek Trucks no participa. Tedeschi toca la guitarra acústica y canta Don’t Think Twice como un ángel, atacando las frases con esas inflexiones vocales de soul blanco y con la convicción de quien conoce bien el terreno que pisa y disfruta cantándolo. La contribución de contrabajo, percusión minimalista, solo de saxo y coros, conforman una exquisita cremosidad musical. Irresistible.
Toni Pedrol. La Teoría del Taburete.
Barcelona 2019
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