
Carlos habla con cualquiera de sus sufrimientos, se interesa mucho por los charlatanes, vendedores de triacas, alquimistas, y solicita de médicos forasteros certificados acerca del estado de su salud. Guarda secretamente un tesoro de remedios milagrosos: piedras preciosas contra la fiebre, maderas inglesas contra los calambres, el hueso de un santo contra las hemorroides, tierra aurífera para cohibir las hemorragias de las heridas; y, una turquesa africana le preserva del
mal francés.
Pero a pesar de todo ello, Vesalio, poco a poco, se hace indispensable. Le lleva consigo a todas las guerras y ambos marchan a maravilla de este modo: Carlos se siente muy bien cuando monta a caballo y se priva de prolongadas comidas. Vesalio hace de cirujano en la guerra, y registrar las carnes le viene a pedir de boca; cada día encuentra algo desconocido, y en medio del fragor de los combates toma celosamente apuntes de las entrañas enfermas, de las heridas, fístulas, quemaduras y supuraciones.
¡Ah, el loco anatómico no ha enterrado su afán de investigar! Persigue un nuevo objetivo, que le estimula con mayor intensidad que el que había perdido: ahora quiere investigar también en el organismo humano enfermo todas las singulares alteraciones de los órganos, cómo el cuerpo se defiende contra el veneno y la peste, qué acontece cuando queda maltrecho por la fuerza y deja de existir entre dolores y tormentos. ¡Vesalio había previsto este objetivo cuando escribió en las últimas líneas de su Fábrica: que éste debería ser el trabajo adecuado para un hombre de su temple! ¡En el cuerpo enfermo se encuentran tantas cosas y hay que interpretarlas! ¡Aquí no hay un Aristóteles, un Avicena y un Galeno que se hayan llevado la mejor parte! ¡Aquí hay que edificar sobre base propia, y los que vengan después continuarán la obra y nada hay que derribar!
Y mientras los especialistas se aplican a la obra que él abandonó, Vesalio cruza con su emperador el Imperio en el que nunca se pone el sol, y busca nuevas materias para su fuerza creadora.
mal francés.
Pero a pesar de todo ello, Vesalio, poco a poco, se hace indispensable. Le lleva consigo a todas las guerras y ambos marchan a maravilla de este modo: Carlos se siente muy bien cuando monta a caballo y se priva de prolongadas comidas. Vesalio hace de cirujano en la guerra, y registrar las carnes le viene a pedir de boca; cada día encuentra algo desconocido, y en medio del fragor de los combates toma celosamente apuntes de las entrañas enfermas, de las heridas, fístulas, quemaduras y supuraciones.
¡Ah, el loco anatómico no ha enterrado su afán de investigar! Persigue un nuevo objetivo, que le estimula con mayor intensidad que el que había perdido: ahora quiere investigar también en el organismo humano enfermo todas las singulares alteraciones de los órganos, cómo el cuerpo se defiende contra el veneno y la peste, qué acontece cuando queda maltrecho por la fuerza y deja de existir entre dolores y tormentos. ¡Vesalio había previsto este objetivo cuando escribió en las últimas líneas de su Fábrica: que éste debería ser el trabajo adecuado para un hombre de su temple! ¡En el cuerpo enfermo se encuentran tantas cosas y hay que interpretarlas! ¡Aquí no hay un Aristóteles, un Avicena y un Galeno que se hayan llevado la mejor parte! ¡Aquí hay que edificar sobre base propia, y los que vengan después continuarán la obra y nada hay que derribar!
Y mientras los especialistas se aplican a la obra que él abandonó, Vesalio cruza con su emperador el Imperio en el que nunca se pone el sol, y busca nuevas materias para su fuerza creadora.
Fragmento del libro:
Contra la muerte y el demonio. De la vida de los grandes médicos.
Autor: Rudolf Thiel
Traducción del alemán de: José M. sacristán
Editado por Espasa Calpe. Colección Austral (1942)
Rauluz. Vallecas 2008
Autor: Rudolf Thiel
Traducción del alemán de: José M. sacristán
Editado por Espasa Calpe. Colección Austral (1942)
Rauluz. Vallecas 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario